La prehistoria de Fitur, el tren del botijo fue el primer gran operador de turistas entre Alicante y Madrid
La conexión ferroviaria fue la primera de larga distancia en España y también la que abrió el turismo de masas de sol y playa a las clases populares.
18 enero, 2022 06:07
Mikel Hernandis
La historia del turismo en España se revolucionó con un tren. La línea de ferrocarril que unió Alicante y Madrid a partir de 1858 abrió el camino al que podría considerarse el primer gran operador de viajeros. Y su marca era un botijo.
Verónica Quiles así destaca al tren botijo, «el primer tour operator«. La historiadora, una de las comisarias de Ven cuando quieras, explica esta anécdota en la exposición que acoge el Espacio Séneca. En los días en que la industria turística del mundo se reúne en Fitur, esta mirada al pasado reconstruye los orígenes de la misma.
¿Por qué recibían ese apodo estas conexiones? Este humilde sistema para refrescar el agua era el más habitual entre las decenas de miles de visitantes que llegaban a la ciudad. «No podía faltar de compañero y testigo mudo, el botijo lleno de agua fresca que los acompañaba durante las más de veinte horas de viaje, que luego se acortaron a doce horas», cuenta Quiles.
Estos, además, eran muy visibles. Ya que durante el trayecto los pasajeros los sacaban por la ventana para que el aire enfriara aún más su contenido. Así lo detalla el académico Joaquín Santo, uno más de esos profesionales asiduos a la cita madrileña de Fitur y que retransmitía para Vicente Hipólito en Radio Alicante.
La orden botijil
Si ahora la conexión ferroviaria es tema de análisis o de estudio, hace más de un siglo ganaba la sorna. Y especialista en ella fue el periodista Ramiro Maestre. En 1893 acuñó el término la orden botijil, como recoge Quiles.
En sus textos se plasma la importancia que tenía aquella primera conexión por ferrocarril de gran recorrido que tenía España. Y también retrata las diferencias sociales que se establecieron en la elección del destino.
«Los calores del estío, abrumadores y secos en Madrid, parten en dos a la colonia veraneante. Las clases opulentas y sus adherentes sociales, toman rumbo al Norte, esparciéndose por las costas del Atlántico y el Cantábrico. El pueblo que veranea, se lanza directamente al Mediterráneo». Y en esta descripción de Maestre solo cabía un destino que cuadrara.
«Alicante es de julio a septiembre, un barrio de Madrid. Dos, tres, cuatro trenes botijos salen de la estación de Mediodía abarrotados», señalaba la crónica del periodista. Como explica Santo, «ahí empezó el bum del turismo popular en la ciudad». Una opción que se impuso a otras, como Valencia o Barcelona, por cercanía con la capital y por tener una playa en el propio casco urbano.
El negocio
Quiles y Santo señala en este punto como se vio la posibilidad de hacer más negocio. «Una vez llegaban las expediciones, muchos de ellos se alojaban en las casitas del barrio de los pescadores, encaramadas en el talud sobre la costa, a la vista de la inmensidad del azul mediterráneo», apunta la primera.
Santo destaca el carácter económico de esta opción. El perfil popular que Maestre retrataba valoraba esas ofertas que recibían «porque lo que se hacía era alquilar habitaciones en las casas, eso hizo que gente de condición económica baja pudiera venir». De hecho, «en la propia entrada de la estación se ofrecían las habitaciones«.
Ganaban tanto unos, por recibir un ingreso extra por alojar durante unos días a los visitantes, como se beneficiaban los otros, «porque les salía más barato que los hoteles». En 1896, prosigue Quiles, «los veraneantes podrán disfrutar de los balnearios, con baños a cinco céntimos de peseta, y a partir de diez céntimos, con espejo».
Alicante aprovechó para el turismo ser el primer puerto de mar con el que se comunicó por tren Madrid. «Antes que los demás», recalca Santo. Un empuje turístico en el que también había espacio «para vagones de primera y segunda porque también había hombres de negocios que venían a esos hoteles de lujo de la Explanada«.
La conexión por tren con un trayecto que duraba esas deseadas doce horas dejó atrás las diligencias. Esos carruajes que tardaban varios días en cubrir los caminos entre el interior y la costa ya aparecían reflejados en coplillas de la época, señala Santo. Eran ejemplo también de un interés por «venir a invernar en Alicante».