‘Cantó y Verdú’

Autor: Luis Berenguer

Artículo Betania 2019. Pp. 84-87

Aquella mañana de abril de finales del siglo XIX José Verdú había tomado una firme decisión, exploraría una nueva vía de negocio. Esta vez la iniciativa era completamente suya. Mientras se calzaba las botas de montar para cabalgar al centro del país, no pudo evitar sentirse agradecido a su tío, José Cantó. A él se lo debía todo, le acogió cuando con 12 años se quedó huérfano de padre y le enseñó los entresijos del mundo del comercio. Cantó, según los registros municipales, era “…tratante, comerciante y propietario”[1]. Todo indica que gozaba de una posición holgada. Sin hijos varones, se volcó en la formación de su sobrino.

Era Cantó un hombre dotado de una gran capacidad de análisis para los negocios, no tardó en apreciar el carácter osado de su sobrino. Verdú siempre se mostró predispuesto a la aventura, no se sentía especialmente incómodo en situaciones desconocidas y siempre estaba dispuesto a apostar fuerte. Juntos formaron un equipo equilibrado llamado a un futuro de éxitos.

En 1886 Cantó convierte a su sobrino en su socio, ambos a partes iguales. Fundan la sociedad CANTÓ Y VERDÚ[2]. Probablemente es el regalo que le hace a Verdú con motivo de su reciente casamiento. La esposa, Antonia Llorens, era hijastra de su tío. De algún modo, Verdú pasa a convertirse en hijo político a la vez que sobrino. Si el vínculo familiar ya era evidente, con esta boda aún se estrecha más.

Es entonces cuando Verdú decide acometer, de una vez por todas, esa empresa que siempre habían imaginado juntos, entrar en el mundo de los negocios pensando en grande. ¡Cuántas veces habían fabulado con exportar a lejanos países! Soñaban con emular a alguno de sus vecinos cuyos negocios les habían llevado a exóticos lugares. La decisión estaba tomada, iniciaría un negocio de exportación de azafrán. Para que no hubiera posibilidad de arrepentimiento, mandó que le fotografiasen ataviado para el viaje a La Mancha con el fin de comprar la mercancía, de tal modo que, si cejaba en su empeño, aquella imagen se lo reprocharía de por vida.

¡Todavía no! Espere un momento, he olvidado algo. José Verdú bajó de su caballo de un salto, entró en la casa y salió con su escopeta de caza. Puso un pie en el estribo, volvió a subir y la colocó en la grupa. –Ahora sí. El fotógrafo destapó el objetivo de su cámara, contó hasta tres y lo volvió a tapar.

La imagen que quedó registrada preside hoy, más de 130 años después, las oficinas de la empresa que Cantó y Verdú soñaron en el último tercio del siglo XIX. Cinco generaciones después la sociedad continúa con el mismo objeto social con el que fue creada, la exportación de azafranes.

fotografía muestra a un Verdú veinteañero a caballo, dispuesto a viajar a La Mancha para seleccionar las mejores partidas de azafrán. A los flancos del caballo podemos ver sendos baúles en los que guardaba la mercancía que iba comprando. Llama la atención que viste traje completo, sombrero de paseo y reloj de bolsillo. No parece la indumentaria más adecuada para cabalgar durante semanas por polvorientos caminos. También el aspecto de su caballo llama la atención. Advierta el lector que luce los arreos de fiesta, nuevamente otro sinsentido.

La explicación, no obstante, es sencilla. La intención de Verdú era dotar aquella imagen de un halo de solemnidad que tenía que servir para reflejar su determinación de acometer una empresa que debía perdurar en el tiempo. Llamar al fotógrafo, que vino exprofeso desde Alicante, fue un gasto importante pero apropiado. Probablemente solo él sabía que estaba protagonizando el acto inaugural de una compañía que hoy en día está en el club de las más antiguas de la provincia de Alicante.

Sin duda alguna, lo que más sorprenderá al lector es contemplar la escopeta de caza en la grupa del caballo. Como es sabido, el azafrán es la especia más cara del mundo. Para realizar sus compras portaba mucho dinero en efectivo, ello lo convertía en un atractivo blanco para los maleantes. Esporádicamente era asaltado y su forma de responder a los ataques consistía en hacer uso de su escopeta. Obviaremos la cuestión de si dejó algún herido en su camino. Pero de lo que no se albergan dudas es de que la usaba, porque solía volver a casa con menos cartuchos de los que tenía al partir. Esta faceta de hombre enérgico, firme y decidido es la que llevó a su tío a ver en Verdú su complemento ideal para alcanzar importantes metas.

Cantó, su tío, le había tratado siempre como a un hijo. En las cartas que le enviaba cuando estaba de viaje le instruía sobre qué calidades comprar, la próxima plaza a visitar y con quién entrevistarse. Pero si algo llama la atención es el afectuoso trato que, en todo momento, dispensa a su sobrino. Todo el intercambio epistolar está impregnado de cariño por parte del tío y respeto por parte del sobrino. Con frecuencia le pide que no demore mucho más la vuelta a casa o que evite cabalgar por caminos poco transitados. Diríase que la relación establecida entre ellos, más que de tío y sobrino, era de padre e hijo. Cantó se dirige a su sobrino con el apelativo cariñoso de “Pepito”.

En sus múltiples viajes para comprar azafrán acabó conociendo a un inglés afincado en España dedicado a negocios de importación y exportación. Cuando este hombre se retiró le encargó a Verdú que le enviara las partidas a Inglaterra. El consumo de este cliente era altísimo. Consecuentemente, Verdú tuvo que realizar inversiones en su negocio que soportaran con solvencia la carga de trabajo del nuevo cliente.

Olegario Verdú vestido a la manera árabe en un viaje comercial a las colonias en el norte de África. Sin embargo, los extremos del bigote apuntan ligeramente hacia arriba conforme a la moda inglesa del momento.

Sin embargo, las diferencias no tardaron en aparecer. Verdú fue llamado a Londres para limar asperezas. Ante lo que consideró una posición de abuso por parte de su cliente inglés, y siendo consecuente con su fuerte carácter, no dudó en romper relaciones. Lo que les dejaba en una difícil situación porque las últimas inversiones tenían que seguir amortizándose.

De vuelta a casa, expone el fracaso de las negociaciones a su tío, pero también le explica que tiene nuevas ideas. En su estancia en Londres había observado cómo todos sus paquetes eran descargados del barco que venía de España y cargados en otros que acababan de llegar de la India conteniendo té y algodón

La India de finales del siglo XIX no era más que otra provincia de la Gran Bretaña. De ella extraían sus recursos naturales y explotaban a sus habitantes. Era un país superpoblado que usaba el azafrán en la cocina, para teñir telas y para quemarlo a modo de incienso en ceremoniales religiosos.

Verdú toma la decisión de viajar a aquel país para buscar importadores que evitaran la quiebra de su compañía. Hizo la maleta, se fue al puerto de Alicante y se embarcó rumbo a La India. Tardó un mes en llegar. Tras un tiempo de búsqueda, seleccionó a quien sería su representante allí: Mister Khutaw Ladha, de Bombay. Este hombre se mostró tan satisfecho con sus socios españoles que diseñó un cartel publicitario donde aparecían Cantó, él mismo y Verdú.

En su estancia en La India, Verdú quedó tan impresionado por el exotismo del país que pensó que en casa no le creerían. Con el fin de documentar las vivencias, compró varias tarjetas postales en las que se apoyaba para explicar en la Novelda de finales del XIX cosas tan insólitas como estas:

“…hay unos personajes que son capaces de soportar varios días de ayuno, son inmunes al dolor, duermen sobre vidrios…” Y les mostraba la tarjeta postal de un escuálido Fakir.

“…los cadáveres son cremados y arrojados al Ganges, río sagrado …” y les mostraba la imagen de la orilla del río en Benarés, donde se apreciaba las humeantes piras funerarias.

“… los barberos trabajan sentados en el suelo de la calle…”

 

Pero no todo eran postales tristes, también les habla, al tiempo que les muestra las imágenes, de que ha quedado embargado por la emoción al contemplar los blancos mármoles del Taj Mahal o el magnífico edificio barroco victoriano de la estación de ferrocarril “Victoria Terminus” en Bombay.

Cantó falleció en 1911, Verdú en 1921. Pertenecen a una generación de comerciantes noveldenses que realizaron proezas que incluso hoy en día impresionan. Nos legan una compañía que, cinco generaciones después, envía sus productos a los cinco continentes. En homenaje a sus dos fundadores, aún en la actualidad, se mantiene en la razón social los apellidos de ambos: Verdú Cantó Saffron Spain, SL.

 

 

 

 

[1] Según las indagaciones realizadas por el investigador local Miguel Ángel Cantó Gómez, licenciado en geografía e historia por la Universidad de Alicante.

[2] El Museo Comercial de Alicante y provincia encuentra un libro en la Biblioteca Nacional donde por primera vez es mencionada la mercantil “Cantó y Verdú” en el año 1886.

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